No hay una destrucción más efectiva o un control más contundente que el que ejercemos sobre nosotros mismos. No necesitamos llegar a los extremos de una guerra o la gloria para descubrir nuestra cualidad. El lenguaje cotidiano resulta igual de confuso, devastador, para lo que a vivir concierne. Un miércoles cualquiera durante el desayuno pueden descubrirse traiciones comunes y no por eso menos certeras; o descifrar las cuerdas de nuestros temblores, pasiones y llantos. Acompaño el café de fruta, a pesar del frío, porque es lo que hay en la cocina. Entre un dulce y otro entiendo de pronto que me han mentido y también que hoy eso no importa: Dejar las sombras para quien las genera. Dante vaga por la selva de la decepción. El poeta lo lleva a la puerta del infierno, donde en letras grabadas dice: "Por mí se va a la ciudad del llanto. Por mí se va al eterno dolor. Pierde toda esperanza tú que entras." Sus ojos han presenciado la muerte y su alma languidece. Frente a esta sentencia oscura sobre la piedra, teme, y se pregunta por qué ha de confrontar tan dura amenaza. El poeta le responde: Porque alguien te quiere. Dante entra al infierno. Lord have mercy on me! (Ciudad de México, 2003.)
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