Hace muchos años, cuando no había humanos en la Tierra, existían sólo algunos insectos y miles de plantas, árboles y flores que formaban mundos enteros únicamente separados por enormes montañas.
Uno de estos era un valle cubierto de colores, donde las fragancias permanecían como en un pozo sin viento. Allí, formaban una crisálida invisible y aromática que producía efectos mágicos y encantamientos diversos. Los seres vivos no podían salir hasta que poco a poco se convertían en animales. De esta manera, se fue poblando la Tierra.
Nadie pudo decir quién lo dijo, pero todos sabían que en algún lugar oculto nacería la inmediatez y que entonces el valle podría ser destruído y olvidado. Aunque no lo conocían, todos pensaban que se parecería a la muerte: permanente e infalible. Temían que apareciera y deseaban que jamás naciera.
Cada cosa variaba según el interés de quien la poseía. Así, había una flor que escribía poesía, que vivía el amor y que buscaba a través de su fragancia entregar lo que tenía. Era una rosa suave, exquisita, que al probarse no se podía más que seguir probándola.
Un día, un saltamontes seco, con cicatrices, acostumbrado a la soledad, tan felíz de ella que incluso se ufanaba de gozarla, encontró el valle. Maravillado por su aspecto, se fue internando en él hasta que vio la rosa. Al mirarla, se acercó y al tocarla, todo empezó a cambiar. Una nota contínua invadió el valle, ahogando al saltamontes.
Formaron un nido con lo que tenían a su alcance y sin verlo ni sentirlo, el saltamontes dejó de ser saltamontes y la rosa, rosa, para transformarse en gente. Salieron del valle descubrieron lo inmediato con su enorme contundencia. En el valle quedaron las rosas y los saltamontes.
León Valencia, "Ejercicios a Tres Manos", Taller de Literatura de la Escuela Popular de Arte UVyD 19 de septiembre, México, 1886.
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