Ninnannun y la maleta roja






Ninnannun se metió en una maleta roja
para ver si encontraba un juguete que llevarse.
Siendo un duende vivía de su suerte
y los días eran muy buenos
o muy malos.

Se sintió tan cómodoque se le antojó usarla de casa.
Su taza cabía bien
aunque faltara una ventana.
- Pst!, Pst! Oye, ¡esta maleta está ocupada!

El corazón de Ninnannun brincó hasta su garganta.Cosa que no le gustaba porque se quedaba temblando;
y Ninnannun pensaba:

"¿A quién se le ocurre ponerle a un duende peligroso el corazón de un ratón?"

Se bajó del abrigo sobre el que haba saltado y sonriendo preguntó:

- ¿Quién anda ahí?

De una bolsita de zapatos salió
una rata de largas cabelleras,
cepilladas mil veces
(diez veces las cien que indicaban
los manuales de belleza de la época).
Mostraba los dientes, pero si uno no es duende
es difcil distinguir
si una rata ríe de gusto
o calcula cómo morderte..

Ninnannun era duende
y sabía bien que esas uñitas además de color
tenían veneno.
Alcanzaba a olerlo
y pensó:

"¿Cómo no pude presentir que la maleta era casa de alguien?"

Y decidió platicar con la rata para que se calmara
e irse lo más pronto posible de ahí.

La rata,
que nunca había visto un duende,
tenía curiosidad de saber
si con pimienta eran sabrosos
y cuando Ninnannun leyó ese pensamiento en sus ojos,
sin darle más tiempo, le dijo:

- Pero, ¡qué maleta roja tan bonita!

Y la rata sintió que dentro de ella
se producía un dulce
que se relamió en los bigotes.




Ninnannun siguió sin parar:

- ¡Y además está muy limpia!
Los duendes comemos arañas,
y yo entré a buscar alguna por aquí,
pero no he encontrado ni una.
Ni siquiera un poco de tierra
para mi bolsita de souvenirs.
Me ha dado mucha pena molestarla.
Se nota que estaba usted descansando.
Sé que las ratas bonitas como usted
requieren cuidados especiales
y que su sueño no debe ser perturbado
ni de día ni de noche
porque da atributos diferentes.
Reciba usted mis más sinceras disculpas.


Mientras decía ésto,
Ninnannun se acercaba lentamente
al cierre de la maleta,
en pasitos chiquitos
que en tamaño de duende son
chiquititos,
y le pareció eterno;
pero al llegar al último punto de la frase
sintió el aire sin encierro,
y se echó a correr.


Para cuando la rata llegó al cuarto afuera,
el duende había desaparecido.

La rata suspiró hondo
y pasó algunos meses sin saber
si quería ver al duende otra vez para comérselo
o para que sus palabras le produjeran
el mismo dulce que había relamido en sus bigotes
aquel, lejano ya,
día de junio por la mañana.





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