Minún y la garra

"De una perla en otra se hace un collar.", pensaba la pequeña Minún mientras recogía piedritas. "¿Cómo puede decir más el horizonte sobre dónde estás que el suelo sobre el que caminas?" La luz de mediodía empezó a caer en la frente y se sentó a descansar sobre una enorme roca. Recargó la cabeza hacia atrás y brincó ante el sorpresivo dolor punzante de un pellizco en el hombro. Una garra, parecida a una rama seca, la había prendido y no la soltaba. Intentó zafarse con jaloneos.

Lo que empezó como una voz baja, ahora eran reclamos abiertos; y Minún se detuvo a escuchar con la intención de encontrar en ello una forma de salir del problema.



P. - ¡Espera! Estabas a punto de caer en un hoyo! ¡Nadie se fija y se van de cabeza!

Al percibir la disminución en el forcejeo, la voz se suavizó pero la garra continuó cerrada con la misma fuerza.

P. - Lo usaban de un pozo. Los visitantes no se fijan. Es peligroso andar por aquí sola.

Minún buscó alrededor, apretándose por reflejo hacia la roca, pero habían pocas plantas y ninguna indicación de lo que se describía. Sin embargo, la elección de palabras quitaba las ganas de arriesgarse. Respiró como siempre al concentrarse, y "peligroso" resonó en su cabeza. Efectivamente, se había olvidado mirar por dónde andaba.

M. - Cierto, muchas gracias por avisarme. ¿Podría indicarme entonces por dónde puedo volver sin caer en el hoyo?, porque no se nota dónde está. No se distingue.

P. - No puedo soltarte hasta estar segura de que vas a estar bien. El hoyo es difícil de ubicar para quien no tiene mil ojos como yo. Lo mejor sería que me ayudaras a pasar del otro lado de la roca; y así con todo gusto te acompanaría de regreso, que es lo propio en estos casos.

Esta respuesta alertó a Minún aún más que el incesante apretón de la garra, porque la roca no parecía haberse movido en mucho tiempo; y sabía que aun con mil ojos, no se puede ver lo que no existe. "Confía en lo que ves y sientes", se dijo para darse valor de hacer lo que sabía que tenía que hacer, y contestó:

M. - Claro.

Por un instante, la garra relajó ligeramente la fuerza con la que cerraba sus dedos puntiagudos y Minún aprovechó ese cambio para soltarse y correr lejos de los gritos y maldiciones entre los que se escuchaba: "¡Malagradecida!", entre otras expresiones nada propias, a juicio de cualquiera.

No supo si el hoyo estaba ahí o no, o si sus sospechas estaban bien fundamentadas, sólo que en cuanto se alejó desapareció poco a poco el miedo; y que, en este caso como muchos otros, no valia la pena verificarlo: De todas maneras, con el camino cerrado y sus mil ojos, la garra solo alcanzaba a verse a sí misma.


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